Puro teatro

En televisión, la credibilidad de una noticia depende, en buena medida, de la gestualidad a la que recurra quien nos informa porque, al margen del propio criterio de la ciudadanía a la hora de valorar la noticia, que muchas veces ni es propio ni sirve como criterio, la credibilidad la aporta el mayor o menor rigor dramático con que aquella se proponga. Las pausas que se tome, las maneras de quien se ocupa de mecer la noticia en la pantalla determinan su comprensión.

El problema es que, ya no de un día para otro sino, incluso, el mismo día y a la misma hora y noticia, la misma locutora que comenzara elevando discretamente el tono al trasladar, por ejemplo, una advertencia de Joe Biden a Netanyahu por los tantos niños y niñas muertas en sus constantes bombardeos sobre Gaza, debe terminar la noticia con el aviso de Biden a Netanyahu de que ya le ha mandado las bombas solicitadas, y hacerlo sin inmutarse, sin un simple carraspeo que sirva de disculpa.

La locución no solo requiere buena voz, precisa también esos recursos gestuales que lo mismo sirven para repudiar una certeza que para celebrar una patraña, mientras desde la pantalla se fingen asombros y se arquean dudas. La locución exige teatro, puro teatro que cantaría La Lupe.

(Preso politikoak aske)

Sin sonrojarse

No son analistas políticos ni forman parte de los informativos de canal alguno, pero improvisan sus arengas en tascas en las que, sin sonrojarse, surtidos de tragos y entre los aplausos de los parroquianos, brindan por la guerra preventiva e insisten en que Europa debe seguir armándose porque la única manera de derrotar a Rusia y su inminente ataque es adelantarse. Los hay que, al despedirse, hasta se van del hemiciclo con una culta cita latina del tipo de “si vis pacem, para bellum”.

Las tascas, por fortuna, no gozan de credibilidad alguna. De ahí la necesidad de trasladar los análisis políticos, serios y rigurosos, a estudios de televisión, así como la encomienda de su objetividad a prestigiosos analistas titulados, salidos de las academias, que no de las tascas, y cuya ecuanimidad les permita, sin sonrojarse, brindar por la guerra preventiva e insistir en que hay que seguir armándose porque la única manera de derrotar a Rusia y su inminente ataque a Europa es adelantarse.

De la cita latina para el cierre del análisis ya se ocuparán figuras de la talla de Hillary Clinton cuando, sobre los escombros en los que van a convertir al mundo, repita entre risas y junto a sus socios europeos e israelíes aquello de “we came, we saw, he died”.

(Preso politikoak aske)

Una buena y otra mala

Católica hasta la médula, amén de clasista, odiaba todo lo que se moviera a su alrededor. No soportaba a los perros, pero aún menos toleraba cualquier infancia cerca y, sobre todo, a los tantos ignorantes con quienes compartía silla y soledad en la residencia de mayores en la que, casi centenaria, solo esperaba ser llamada a la derecha del Padre.

Nada la irritaba tanto como advertir que los mismos incapaces de apreciar a Chopin, sin embargo, celebraran alborozados dos huevos fritos. Y aún más si venían con patatas. Aunque dejara en evidencia sus cristianos principios, no soportaba compartir su vida con quienes no entendían la importancia de colocar cuchillo y cuchara a la derecha del comensal y que, además, ignoraban las razones por las que el tenedor debía ir a la izquierda.

Tal vez porque sabía que me gustaba Chopin, yo era el único a quien confiaba sus congojas pero, ayer, cuando desenredó la lengua me pilló en horas bajas y no quise acompañarla.

-Te tengo dos noticias -le dije- y la mala es que en el cielo, cuando te llegue la hora, también compartirás mesa y pasillo con esos ordinarios colegas que desprecias.

-¿La buena? -quiso saber ella.

-La buena es que no hay cielo.

(Preso politikoak aske)

Había una vez una montaña

Había una vez, hace muchos cuentos, que hombres y mujeres subían a la montaña por el placer de hacerlo, porque la montaña era otra perspectiva, el mejor mirador desde el que ver pasar las nubes, ese punto de encuentro entre el silencio y la distancia que nos ayuda a respirar, también esa paz a cuyo amparo recompones todos los urbanos cabos sueltos o, simplemente, un hermoso espacio natural en el que protegerse del ruido.

Había una vez, hace muchos cuentos, que la montaña era la montaña… y así fue hasta que alguien no se limitó a subir y disfrutarla sino que la coronó. Armado de patrocinios, cámaras y banderolas, coronó la cima. Al día siguiente otra montaña fue coronada por quien, además de no contar con sherpas, prescindió del oxígeno. ¿Aún no lo han leído en los medios? La hazaña fue superada por quien sin sherpas ni oxígeno, batió el récord de ascenso al subir en invierno y en pelotas. ¿Todavía no lo han visto en las noticias? Casi al mismo tiempo, otro coronó la cima sin sherpas ni oxígeno y en pelotas pero cargando un piano para, ya sobre la cima, interpretar: “I like the mountains in the blue morning”. ¿No han oído la canción? Ya está en las redes y Netflix está haciendo un musical.

Había una vez una montaña…

(Preso politikoak aske)

La lluvia es la música del alma

En la escuela aprendí que el agua es una fórmula compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno. Años más tarde supe que, además de que los seres humanos somos agua en un planeta azul, el agua tiene otro elemento: la música. Eso es lo que somos: agua y música

También aprendí, aunque esto creo que fue en un bar y más recientemente, que entre tanta hermosa música de agua la de lluvia es la expresión que más disfruto.

Cierto que el agua es música en cualquiera de las voces que pulsen sus cuerdas y tensen sus arcos, allá donde fluya el río, más allá de sus metales, allá donde el mar se encrespe o se serene, pero nada comparable a la lluvia, a las coreadas tardes blancas y negras de húmedos acordes cantando en mi memoria, tragos de contrapunto, redondas empapadas, fusas y semifusas con paraguas. La lluvia se presenta y deja saber su nombre sobre los adoquines de las calles salpicando prisas y zapatos, o redobles de aguacero a bote pronto en el sufrido tejado de uralita. La lluvia escoge el testigo que deja y se transforma en partitura y en todas las almas que vibran, que bailan y soplan de pistón en pistón, entre el juicio que disponga el pentagrama y la emoción que mueva la batuta. La lluvia es la música del alma.

(Preso politikoak aske)